RELATOS


Relatos breves e historias cortas que se encuentran en las antiguas secciones de «Resina» y «Facundia» y en las recientes publicaciones.


Alonso Martínez: Fuego cruzado en hora punta
Artefactum 00 | Artefactum Doc. 05 | © Juan Agüera | Junio de 2017, Madrid


Parece que tienen claro hacia donde se dirigen los viandantes que transitan las conexiones en la estación de metro de Alonso Martinez, al menos la mayoría. El problema es cuando se cruzan varias ráfagas de personas en los vestíbulos, procedentes de la descarga de pasajeros de metros que acaban de llegar. Las instalaciones no están bien preparadas para albergar esos cruces de hiladas a la vez. Todo el mundo intenta encontrar su hueco para seguir su camino. Es algo así como el tránsito de coches en algunas ciudades de la India. Reina la anarquía vial, el caos. Hay quien es respestuoso y cede el paso al que intenta cruzar, el problema es que los que vienen detrás puede que te atropeyen en avalancha, provocando un apelotonamiento en masa y eso es peor. Lo mejor es encontrar un hueco para cruzar rápidamente. Así funciona el tráfico rodado en la India, y por asombroso que parezca, funciona. Choques hay, inevitables o no, pero todo el mundo prosigue su camino. Los usuarios habituales lo saben y van prevenidos, si se diriGen a otro enlace, se colocan por el carril imaginario que les lleva teniendo en cuenta los que viemen de subir o bajar las escaleras, los que llegan de la calle, los extranjeros indecisos, o los que llegan de otra línea: la 4, la 10 o la 5, en este orden si estás arriba o en orden inverso si estás abajo. Los vestíbulos son los cruces de la muerte. Lo saben hasta los interventores que se colocan a veces para comprobar el billete. A todos no pueden pararlos.

Hay más estaciones en Madrid donde sucede algo parecido en hora punta, pero Alonso Martinez es una auténtica prueba de fuego. Uno aprende a mirar de reojo para esquivar a varias personas a la vez, a dar un paso más acelerado para cruzar rápidamente al lado correcto y bajar por el lado izquierdo de las escaleras mecánicas para ganar tiempo. Hasta los más veteranos son capaces de mirar el tiempo de espera en los marcadores electrónicos, ponerse la mano en el bolsillo o en el bolso en posición antirobo y sortear en zig zag a los que vienen y a los que van. La estación de Alonso Martinez en hora punta es, probablemente, el cruce de caminos más intenso de la ciudad.


El espantapájaros de Wisconsin
Artefactum 00 | Artefactum Doc. 11 | © Juan Agüera | Junio de 2017, Madrid


Cerca de un antiguo granero, en la localidad de Chase, Wisconsin, tras una hilera de matorrales y en medio de un campo de trigo, se haya impasible una figura aterradora, de la que cuenta la leyenda cobra vida por las noches para gritar y en los días de viento para reir. Por lo visto es un espantapájaros que alguien hizo para una noche de Halloween, con tanta intención de asustar que ni siquiera los niños más curiosos de la zona se atreven a visitarlo. No se hizo para espantar pájaros, los cuervos lo saben y encuentran en él tanto reposo como recreo, son los únicos que se atreven a revolotear a su alrededor. Cabizbajo y con los brazos en cruz, dicen que si le ves levantar la cabeza, dibujar su sonrisa aterradora, abrir sus ojos penetrantes y mover el torso desquebrajado, puede que no llegues a contarlo jamás.

La primera noche que dió señales de vida se levantó un viento huracanado, las ramas de los árboles de la zona se partían en mil pedazos para crear remolinos de despojos y tolvaneras de hojas a lo largo del valle. Silvaba la noche tan agudamente que casi aullaba. Empezó a llover y al granero fueron a cobijarse una pareja de adolescentes que salieron a pasear al atardecer. Se les hizo tarde la vuelta por culpa del viento, que les soplaba en contra con tanta fuerza a su regreso que les retuvo en la pradera. No tuvieron más remedio que resguardarse. Fué cayendo la noche cuando, de repente, empezó a escucharse un grito tan desgarrador que los jóvenes pensaron que alguien más andaba por la zona y quizá se debió herir gravemente. Se acercaron a los matorrales con intención de auxiliar. Tímidamente preguntaron si había alguien allí y, sin obtener respuesta, se asomaron entre los arbustos para abrirse paso hacia el trigal. Entonces vieron al espantapájaros allí en medio, levantando la cabeza lentamente y sonriendo con muesca burlona. No pudieron verle bien los ojos, el ala del sombrero aún le tapaba medio rostro. Los chicos asombrados se miraron mutuamente y muertos de curiosidad se acercaron más al ente. Cuando se encontraban ya a pocos metros, el espantapájaros alzó más la cabeza, abrió bien los ojos, se retorció sobre si mismo, les miró fijamente y exclamó con voz gruesa:
¡Válgame Dios!
pero si sois los hijos de Benito,
el de la licorería de Sigüenza,
¿qué diablos hacéis en Wisconsin?…